14 junio 2005

Romeo y chocolate

¿Estaban buenas las chocolatinas? Seguro que te las comiste antes de subirte al metro. No te las debí haber comprado, pero nunca me pude resistir a tu mirada de cristal. Te imagino en el andén, observando a tu alrededor como un ratoncito con los dulces en la mano, no te vaya a ver alguien en tan furtiva acción. Porque tú siempre le das un carácter furtivo a todas las pequeñas cosas.
Te veo. Tienes El árbol de la ciencia en la mano y en la cabeza la intención de abrirlo en cuanto te sientes en el vagón. Pero lo has manchado de chocolate. Lo miras como si no fuese contigo y a la vez como si hubieses matado a alguien. Sé que piensas que no deberías haberlo cogido de mi estantería, también a hurtadillas aunque te lo había ofrecido un momento antes y recuerdas mis palabras cuando lo vi en tu mano: "Fue mi libro favorito hasta hace un par de años, y en cierto modo lo sigue siendo". Por eso te sientes como si me hubieses matado y las lágrimas acechan por un momento tus ojos. Hasta que te das cuenta de que es una tontería, de que en el fondo me da igual que esté impresa en la página 73 tu huella dactilar en chocolate. Sabes que siempre me gustaron las cicatrices, ya sean en tu piel, ya sean en las páginas de un libro porque en el fondo son las marcas de la vida y el único recuerdo que puedes ver y tocar con los sentidos, no sólo con la mente.
Así que te enfrascas en su lectura, imagino, con un regustillo a chocolate en el paladar. Acompañas al joven médico en sus andanzas de juventud, en sus pensamientos metafísicos tan cercanos a los tuyos y tan propios de mí hasta que ya no puedes reprimir tus lágrimas. Te ves como Lulú, muerta por un capricho del destino y no es tu muerte lo que tanto te apena sino dejarme solo en el mundo porque crees que no me puedo valer solo, que soy un niño que te necesita para prepararle la comida, para enjugar sus lágrimas, para curar sus heridas. Así que me decido a acompañarte en este viaje y cerrar la historia tantas veces repetida. Y así sentirme Romeo por un día.
Despiertas. Has llegado a tu parada y en el andén no pone "Muerte" ni nada por el estilo. Pero ya sé por qué mi teléfono está sonando y tu número aparece en la pantalla. Porque te he visto subir las escaleras corriendo para cerciorarte de que no me he tomado la cicuta, de que aún tienes una razón para seguir viviendo. Así que no te voy a hacer sufrir más. La próxima vez te acompañaré a casa y te contaré el final de la historia.

2 Comments:

Blogger T. said...

'Fui un cobarde o un sabio por no haberme suicidado en aquel momento.'

Danilo Kis

...a mí las hojas sólo me sirven para alejarme del frío aire acondicionado de los aviones y para besar a mi padre en la frente y recordar cuánto le he admirado y le admiro por su insaciable inquietud intelectual. Yo, por mi parte, enfoco la mía de otra manera. Ya no como bocadillos, pero supongo que el tuyo también es un buen uso. Aunque... quién pudiera tener todavía los otros recuerdos, los inocentes.

14 junio, 2005 10:28  
Blogger Scarlett said...

Que sensación más extraña cuando sientes que todo es tan importante como cuando eras un niño y mirabas todo alucinado...

14 junio, 2005 13:34  

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