19 abril 2006

Libros libres


Acabó de liberar el último libro, que en su ansia de libertad batió sus páginas y se posó en el alféizar de una ventana. En ese momento no sintió nada, apenas una pequeña punzada en el pecho, pero ninguna sensación orgásmica que hiciese tambalear los cimientos de todas sus creencias.
En aquel tiempo, en que ya no quedaba papel para imprimir, ni tinta para escribir, las ideas se habían convertido en abortos creativos y la lluvia en una sopa de letras. “Los chubascos ya no son lo que eran”, pensó mientras volvía con pasos perdidos a casa, viendo cómo en el suelo se escribía “En algún lugar, mi padre me llevó a ver el hielo, serían las diez de la mañana, luna, luna, eres tú...” para, con la misma facilidad surrealista, las palabras tatuadas en el suelo secarse y dejar hueco a más cicatrices de lluvia literatizada.
No hacía ni diez años que en ese desierto llamado mundo los árboles ya no crecían. Por extensión, la gente había olvidado escribir, aunque no leer, y se buscaban nuevos soportes, mucho más fugaces y olvidables que el dulce crepitar que proporcionaban las hojas de un libro.
Algunos, como él, sentían una morriña infinita por aquel objeto totémico, aunque desconocido para su generación analfabeta. Por eso habían decidido, primero de forma individual, y después asambleariamente, liberar todos los libros, y que fuese su destino natural el que dictase el final del papel. De ahí que lloviese literatura, que la gente abriese la boca mirando al cielo en lugar de abrir los ojos mirando al papel para alimentarse de sueños líquidos.
Cuando llegó a casa no pudo mirarse al espejo. Se encaminó al balcón, desde el que se veía toda aquella ciudad invisible y lo abrió de par en par. Miró al infinito. La lluvia le calaba hasta los huesos que no existían, empapándole de sueños ajenos, tantas veces soñados por él en sus momentos de lucidez despierta. Siguió mirando al infinito, sin encontrar ninguna razón por la que seguir soñando.
En el momento del impacto sintió cómo sus propios sueños se fundían con aquellos escritos por otros. Fue una muerte dulce. Pocos pueden presumir de haberse hecho uno con las palabras que en aquellos días las nubes escupían.

7 Comments:

Blogger kay said...

Jo quini :( me has hecho llorar. Ya sé que no era tu intención, ya lo sé (día tonto de miss). En cualquier caso, un texto realmente impresionante, como todos. Qué bien que vuelvas por estos paraísos eléctricos...

19 abril, 2006 19:40  
Blogger kay said...

y Conde Duque... qué gran lugar de horas muertas y sólas, qué ganas de volver sin nada en concreto que buscar

19 abril, 2006 19:41  
Blogger Enric Draven said...

bueno, si la señorita b kayser llora, es q el texto llega :)

no hay q dejar de mirar al infinito!

besos

Enric

19 abril, 2006 21:54  
Blogger Scarlett said...

"empapándole de sueños ajenos"
JUSTO AKI :)

19 abril, 2006 22:26  
Blogger T. said...

yo llorar, llorar, es que lloro poco, pero no por eso le veo menos valor a todas estas letras liberadas, aunque mientas con las gotas de agua de otros días... pero bueno, que para eso están los libros, creo.

19 abril, 2006 23:40  
Blogger E said...

Después de la calma llega la tormenta... ¿o era al revés?

Bueno, espero que sea al revés, y que lluevan muchas más letras de tus dedos, aunque haya crímenes meteorológicos de por medio.

24 abril, 2006 17:22  
Blogger Osselin said...

EL ESCRITOR
Lo creían loco
gesticulaba contínuamente
sus brazos engarfiaban
el aire inaprensible

Lo creían loco
sus ojos bailaban
desaforadamente
taladrando espacios vacuos
en excéntrica mirada
en busqueda demente

Lo creían loco
sonreía de pronto
lloraba al poco
temblaba de ternura
en sentimiento roto

Un niño le preguntó
¿Que le pasa señor?
no me pasa nada
Soy escritor

Poema de Osselin

19 abril, 2007 13:33  

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