13 diciembre 2005

Delirio ceniciento

Una noche despertaste mecido por el viento. La ceniza acumulada durante toda la noche en el cenicero te cubría la cara y no te dejaba ni siquiera respirar.
“Todo bajo control”
Ruido de olas a través de las ondas herzianas.
Aquello realmente era un delirio. Aunque una pesadilla no habría sido tan real. Tenías la garganta cerrada y un pequeño piloto rojo estaba encendido en tu muñeca. Justo donde lo habías dejado verde antes de irte a dormir. Las horas pasaban con grave grafía oriental. Un escriba te había tatuado el destino debajo de la nuca, y lo podías ver perfectamente con sólo girar la cabeza, sin necesidad de un espejo.
“Un espejo” deseaste. Y Alicia se despertó. A tu lado, con sonrisa tranquilizadora que te puso aún más nervioso, que te dejaba sin el aire que tus pulmones aún retenían. Los fotogramas volaban inconexos cerca del techo de la habitación, que se había convertido en un museo cualquiera. Que se hubo de haber convertido en una esperanza concreta.
Sin embargo, las agujas se movían hacia atrás y la tinta negra del destino empezó a iluminarse y a resquebrajar la ley que regía aquella exposición.
Tu hada madrina no te había visitado aquella madrugada. Por el contrario, se había perdido en un motel de carretera y había sucumbido a la dinámica del placer, fumando un cigarrillo tras otro, sin darse un respiro de la lujuria que impregnaba sus pezones morenos.
De repente dieron las doce y despertaste bañado en sudor. Todo había sido una realidad, así que te levantaste del nido en el que el halcón te había depositado y, apartando un huevo, abriste más que nunca los ojos y seguiste soñando.