La madrugada desnuda
Fue la medianoche,
que pasó de puntillas
despojándose de su mejor vestido.
Sigilosa, dejó el tiempo a un lado,
junto a esa pieza de lino blanco
y zambulló sus caricias sucias en la espuma del mar.
El cielo anaranjado
sonreía agazapado detrás de la cerradura de la puerta,
con excitación infantil de sobrino de panadera.
La medianoche miró su reloj
y el mecanismo se había parado
por la acción erosiva del agua y corrosiva de la sal.
Hay madrugadas que se cuentan a pares
y es por tu ausencia
que mi piel se funde con sudor a las sábanas vacías.
Y hay mañanas en las que,
a pesar del zumo de naranja,
no hay dulce despertar.