13 febrero 2006

El pájaro carpintero


Desde el desierto no sólo nos llega calima. Anoche escuché susurros de desesperación que me hicieron abrir los ojos. Nuestros caminos transcurrían tan lejanos que nunca creímos que fuesen a cruzarse. Pero ahí estás mirándome acusador a la vuelta de la esquina. ¡Qué remedio! Me reprochas ser un producto podrido de una sociedad decadente, aunque nunca estuvo tan cerca de su liberación. Las hormiguitas trabajan, no han parado desde que el susurro me despertó. Yo juego a seguirlas con la mirada asomado a la ventana, fumando un cigarrillo detrás de otro, haciendo que pienso sin saber si podré atrapar alguna de esas ideas que vuelan tan cerca del cielo o si sólo son espejismos que tu voz me ha traido del desierto.
Un buen día se posó un pájaro carpintero en mi hombro. No ha parado de picotear, aunque no ha conseguido abrir ningún agujero. Todo mi ser suena a hueco, a página en blanco en la que no es posible escribir.
Pues bien, me he decidido a emprender un viaje. No me moveré del sitio y, sin embargo, nunca habré estado tan lejos. Tomaré como punto de partida tu mirada acusadora; la ciudad en la que vivo, que me es aún más desconocida que el día en que llegué con la mochila al hombro; los pasos que he caminado, que han dado vueltas en círculo hasta haberme dado cuenta de que nunca he avanzado ni un palmo.
Partiendo de todo esto espero echar a volar sobre la alfombra mágica del pensamiento. Para darme cuenta, al finalizar el viaje, de que también las rutas aéreas dan vueltas en círculo. Al fin y al cabo, por muchas vueltas que dé al mundo, siempre acabaré plantado en el lugar donde me encuentro ahora, asomado a la ventana, fumando un cigarrillo, con tu mirada acusadora clavada en mi nuca.
Y el pájaro carpintero seguirá ahí. Es el destino que se forjan los hombres huecos.

08 febrero 2006

Lápices de color líquido


Y te regalaría mi vida si pudieras aceptarla. Sería como venderle mi alma al diablo pero mucho más dulce. Tres dientes, dos lenguas, una sonrisa. Sólo cuento atrás en ti, no me vale otra unidad.
El tiempo, además de ser un buen jugador de póquer que nunca muestra sus cartas, se escurre líquido entre mis dedos.
Doloroso y condenado. Algo que sólo podrás entender tú cuando selle mis labios.
A cambio de mi vida sólo quiero unos lápices de colores. Algo con lo que pueda colorear este mundo demasiado lleno de color. Unos simples trazos infantiles que se lleve la riada la próxima vez que se abra el embalse de tus ojos.
Y duerme, porque soñar no dura toda la vida.
Sólo hasta que te despiertes y la boca pastosa te arree una bofetada de cruda realidad.

07 febrero 2006

Ahora calla


Es imprescindible que relaciones mi cara con la de la muerte. Aunque mi belleza diabólica rezume el perfume del sol, recuerda toda la sangre que te he hecho tragar. Todas las mañanas mis besos saben a cristal húmedo, a recuerdo líquido escrito en el vaho del espejo que te obliga a ver mi cara reflejada en él una vez, otra vez, y otra vez más... Aun así no puedes dejar de mirar cuando sales de la ducha. Es el inevitable sentimiento diabólico que tanto reconforta a ese pequeño ser que corretea por tus entrañas.
Me alegra verte así. Con hambre de vida podrida aunque te sepa más agria que dulce. Es puro vicio que te esculla por la comisura de los labios cada vez que inhalas una calada de un cigarrillo cualquiera. Un cigarrillo más, porque no te lo encendí yo.
La luna apagó anoche su brillo revolcándose en el cenicero. No quería reflejarse más en tu sonrisa teñida de púrpura. Estás segura de que llevaba tramándolo ya un tiempo. Hacía unos cuantos meses que no la veías llena. Huía esquiva a ras del suelo, escondiéndose entre los árboles del parque, confundiendo su luz con la de las farolas, guareciéndose tras cualquier nube solitaria que le ofrecía un lecho tibio y un vaso de vino caliente para ahogar tu recuerdo. Maldito satélite esquivo. Deseas que sus cenizas abonen algún arbusto maldito.
¿Y sin la luna que te queda? El traqueteo eterno de un tren nocturno. Conversaciones noctámbulas a la luz de tu tinta. Una carrera infinita siguiendo el último destello de un farolillo rojo reflejado en el brillo metálico de las vías.
Vuelve a ser inevitable, pero es triste reconocer que tu vida terminó la mañana que te olvidaste el sombrero sobre un poste de una calle cualquiera.
Ahora calla y escúchame.
Ahora calla. Mira el río baja.

02 febrero 2006


"Ya que hay que morir, el silencio del hombre prepara mejor a este destino que las palabras divinas"
Albert Camus - El hombre rebelde