El pájaro carpintero
Desde el desierto no sólo nos llega calima. Anoche escuché susurros de desesperación que me hicieron abrir los ojos. Nuestros caminos transcurrían tan lejanos que nunca creímos que fuesen a cruzarse. Pero ahí estás mirándome acusador a la vuelta de la esquina. ¡Qué remedio! Me reprochas ser un producto podrido de una sociedad decadente, aunque nunca estuvo tan cerca de su liberación. Las hormiguitas trabajan, no han parado desde que el susurro me despertó. Yo juego a seguirlas con la mirada asomado a la ventana, fumando un cigarrillo detrás de otro, haciendo que pienso sin saber si podré atrapar alguna de esas ideas que vuelan tan cerca del cielo o si sólo son espejismos que tu voz me ha traido del desierto.
Un buen día se posó un pájaro carpintero en mi hombro. No ha parado de picotear, aunque no ha conseguido abrir ningún agujero. Todo mi ser suena a hueco, a página en blanco en la que no es posible escribir.
Pues bien, me he decidido a emprender un viaje. No me moveré del sitio y, sin embargo, nunca habré estado tan lejos. Tomaré como punto de partida tu mirada acusadora; la ciudad en la que vivo, que me es aún más desconocida que el día en que llegué con la mochila al hombro; los pasos que he caminado, que han dado vueltas en círculo hasta haberme dado cuenta de que nunca he avanzado ni un palmo.
Partiendo de todo esto espero echar a volar sobre la alfombra mágica del pensamiento. Para darme cuenta, al finalizar el viaje, de que también las rutas aéreas dan vueltas en círculo. Al fin y al cabo, por muchas vueltas que dé al mundo, siempre acabaré plantado en el lugar donde me encuentro ahora, asomado a la ventana, fumando un cigarrillo, con tu mirada acusadora clavada en mi nuca.
Y el pájaro carpintero seguirá ahí. Es el destino que se forjan los hombres huecos.