Mañana volverás a saborear sonrisas

Estrenas mes metido en tu cocina, pegádonte a los platos con el ojo puesto en ese reloj que martillea tus tímpanos. Ese reloj cuyo segundero anda hacia atrás, hacia un tiempo más amarillo, más sepia en el que sudabas la gota gorda en veranos eternos, infinitos, que se pasaban en un segundo. Bajo el sol dabas patadas a una pelota con los demás chiquillos del barrio sin sospechar que un día crecerías y odiarías tostarte como un grano de café. Cuando volvías a casa tu madre estaba delante de los fogones que hoy limpias con tanto esfuerzo. En su cabeza no había canas y su sonrisa no tenía arrugas. Cogía tu cara entre sus manos y te daba un beso mientras tú te retorcías como un pez que ha mordido el cebo para salir corriendo por el pasillo. Ahora recuerdas esos destellos de infancia. Ahora te das cuenta de que te encantaba que sus manos oliesen a ajo y que esa pequeña cocina de provincias supiese a sonrisas. ¡Qué diferencia con esta cocina en la capital! Es tan cosmopolita... Por sus fogones pasan cada día fajitas, bandejas de sushi, pizzas y arroz al curry. Tan globalizadamente impersonal que la comida sólo sabe a eso: a fajitas, a sushi, a pizza y a curry. Pero mañana querrás sonreír. ¡Qué coño! Mañana llamarás a tu madre para que te dé la receta de...