01 julio 2013

Prueba

14 julio 2009

La revolución


Dejé de hablar de amor después de conocerlo. No hay necesidad de búsqueda tras desentrañar el misterio. Dejé de hablar de amor y ya creí que no podía hablar de nada más.
Creí morir cuando dejé de ser un niño. Como si la vida no tuviera más sentido perdida la inocencia. Creí que en su pureza se escondía el secreto de todas las cosas y que por ser un adulto ya no merecía malgastar mi ilusión en descubrirlo.
También creí que el mundo estaba hecho de grandes obras y que yo, antes destinado a escribir con las mías muchas páginas, no sería capaz de completar ninguna. En eso no me equivocaba. No tendré ninguna gran obra. Por suerte, este tiempo no lo exige.
Darme cuenta de que no soy un genio me dejó mudo. Al fin y al cabo, mis palabras ya han sido mil veces dichas, y mis ojos jamás descubrirán nuevos mundos. Y eso, que durante tiempo me corroyó el alma, hoy me alivia. Me alegra saber que lo único que puedo ver es lo que transcurre ante mis ojos. Ya no cometeré el error de considerarlo poco.
Tomando la idea de Lefebvre, están equivocados aquéllos que piensan que en la vida los momentos creativos constituyen las montañas y la vida cotidiana corresponde al llano. Al contrario, se ha de ver la vida cotidiana como un suelo fértil en el que crezcan las ideas y la acción del día a día configure un paisaje completo y hermoso.
Y para vivir no esperaré a que llegue la revolución. He tenido la fortuna de vivir en el tiempo en el que hacer la revolución está en mis manos.

13 mayo 2009

Todo mi esqueleto cabe en una caja de cartón.

11 marzo 2009

Todo lo que es sólido


El segundero arrastra los pies hacia atrás
mientras las otras agujas buscan las horas
en una esfera de cristal muda, llena de gotas.
Un hombre de piel verde oliva
mira al reloj con los párpados fundidos
y mastica arena púrpura roída por los muertos.
(Tres ratones corrían,
reían
y rehuían
las trampas tendidas por el cazador ciego).
En la habitación flota el humo
de un fuego que lleva siglos apagado.
Pesa.
Es de acero.
Nuestro héroe de piel cetrina
se lleva a la boca un vaso de mercurio.
El gusto metálico baja por su garganta
y vuelve a subir para salir en una
bocanada
de humo.
Azul.
Todo lo que es sólido
se disuelve en el aire.

10 julio 2008

Aujourd'hui


Hoy hemos vuelto a hablar de recuperar instantes perdidos. De cómo se complementan tu cuerpo vivo y mi mente muerta. De árboles, de pájaros, de paseos por París. De hacer nuestras las ciudades y conquistar el mundo sin armas.
Hoy hemos sacado del fondo del alma palabras. Las palabras. Tú del abismo de la mía. Yo rascando en la tuya. Hemos puesto en claro ideas sobre un panel. Un atlas para poder seguir el curso de nuestros pensamientos. Y hemos vuelto a ser felices con la inercia de nuestros cuerpos.
Hoy hemos recordado lo fáciles que son los sueños. Los mismos que nos han unido desde que sabemos que nuestras vidas son sólo una por mucho que quisiéramos aparentar lo contrario. Hoy me has vuelto a hacer niño. Y he vuelto a mirar curioso las cicatrices de tu cuerpo, que cada día te recuerdan que eres mortal. Aunque para mí no puedas morir.
Hoy me has parido con la luz de tu voz. Con una sola sílaba. Con zetas.
Hoy.

04 julio 2007

Los sastres


Que de panes y peces está el fondo del infierno hecho.
De milagros tupidos que tapizan los estanques en los que se baña la plata.
Que de muertes insípidas están los cementerios llenos
y de vidas transparentes las calles vacías.

Un sastre, dos sastres cosen himnos fúnebres con hilos de seda
las almas se precipitan bajando por la escalera
y en la puerta de la cueva esperan las plañideras.
a un ataúd con Dios dentro.
Sólo de pensar en sangre
se relamen las ideas.

Vacaciones


Desde esta noche oscura renuncio al sabor de ti.
Ahora toca cabalgar a lomos del recuerdo, con el regusto de la mentira nocturna rondando cada rincón de mi geometría. ¿Cuándo dejamos de escuchar música y de reír? Ya no recuerdo transparencia en tu voz y he perdido en la brisa el latir de la mía, el rasgar de una nota en mi garganta, la huella de un dedo en el espejo que se desliza y escribe “mierda”.
La sangre no me duele y el calor no me moja. Me muevo plano y pesado como una plancha de plomo. Y eso no cicatriza porque el asfalto tapona la herida y no suelta lastre.
¿Recuerdas el momento en que se nos olvidó volar?
Aunque si te digo la verdad, fui yo quien le pidió al demonio que nos cortase las alas…

28 junio 2007

La voz de la mendiga de pétalos


La noche vomita a un hombre
vencido por su esperpento,
mientras vestido de luna
le espera un verdugo ciego.

Miedo esdrújulo atenaza
el cuello gélido del reo
con una corbata gris y cinco letras:

D E S E O
El hueso y la carne bailan
en rebaños de cemento,
en aquelarres de plata.
Cien delirios cenicientos.

Mendiga de pétalos, dime
cómo construyes con ellos
flores que viven, respiran,
desprecian lo bello por hueco
y derraman versos líquidos

mares secos

luces negras que iluminan
ideas de dioses muertos.

26 junio 2007

Ojos de plata


I
Y encontrarte de cuerpo ausente,
tumbada,
la soledad peinando tu pelo
con un cepillo de plata.

II
Tu presencia me sangra en el aire
un mordisco de aliento en la espalda.
El reloj da las doce.
Silencio.

Es tu palabra.

III
Cada noche, la luna guía al ciego
mientras los demás ojos duermen.
Y cruza ríos, caminos de hierro.

No hay luna para aquellos que sueñan.

20 abril 2007

Palabras blancas

 

Durante siglos viví obsesionado, como los malos poetas, con la palabra vacía. Pertenecí a esa especie de jarrones bellos que se recrean en su propia belleza hueca y que no ven en sí más fin que existir vacíos, sin flores que los habiten.
Una mañana, el Sueño me despertó. No estaba en la cama en la que me había dormido. Ni siquiera recordaba dónde me había vencido el cansancio, ni cómo, ni con quién. En lugar de una desconocida despeinada, encontré junto a mis ojos una flor blanca, y detrás de ella otra, y así hasta donde la vista me alcanzaba, de modo que el horizonte se difuminaba mucho más claro de lo que lo había dejado por la noche.
“No confíes en los poetas. Son todos unos mentirosos” me susurró una voz tan cerca del oído que me sobresaltó. Me sentí encadenado, sin poder moverme. Y giré la cabeza para ver a una musa, sonriente, con unos senos del color del amanecer. Se sentó a mi lado y me contó mi historia, en la que todo tenía sentido.
“Y ahora, adiós. No nos veremos más”, concluyó. Y con un beso tan cálido que me dejó los labios helados, se perdió en el prado saltando de un lado a otro.
Cuando desperté estaba solo en una cama en la que no recordaba haberme acostado. A mi lado, una desconocida despeinada le robaba unos minutos al despertador. Me vestí lo más rápida y silenciosamente que pude y, al caminar hacia la puerta, se cayó de entre mi ropa una flor blanca como las que había visto en el sueño.
No lo pensé más y salí corriendo para camuflarme con la lluvia, con la multitud que paseaba gris por las anchas aceras.
Doblé una esquina y me adentré en una calle vacía, como mi alma, en la parte de atrás de un museo. Caminé por ella y un brillo junto al cubo de la basura me llamó la atención. Era un jarrón, tan bello como mis palabras, tan vacío como ellas.
Aquí llega la parte que no encaja, porque no la recuerdo conscientemente: cuando pasé por delante del jarrón, me quedé maravillado. Lo saboreé satisfecho de mí y del mundo, pero como una delicia efervescente, en un momento perdió todo su sentido y me quedé mirando a la flor, que llevaba en mi mano desde que salí de la casa, sin darme cuenta de ello. No dudé, y ahí está lo raro, pues la naturaleza humana es egoísta y te impulsa a poseer todo lo bello, en ponerla dentro del jarrón y alejarme de allí corriendo sin mirar atrás, expoliado por la musa que me repelía desde el cubo de la basura.
Después me olvidé y los siglos se sucedieron sin yo encontrarle sentido a nada. Ya ni siquiera era el esteta que prostituía sus palabras por unos aplausos. Arrastré mi existencia por los confines del mundo con la nada corroyéndome las entrañas y, por un tiempo, bordeé los campos que lindan entre el ser y el no ser.
Una mañana, después de soñar por milésima vez con los labios de mi musa, salí a caminar como hacía todas las mañanas. Entonces la vi a ella, aunque no era ella. Era bella como un aleph y su pelo tenía el color del amanecer. En la mano llevaba aquel jarrón con mi flor dentro. La perseguí por las callejuelas de aquella ciudad del sur del mundo hasta que le di caza. Le puse una mano en el hombro y, sobresaltada, se dio la vuelta. El jarrón cayó entre ella y yo y ninguno hicimos nada por remediarlo. Se rompió en un millón de pedazos tan pequeños que un hombre no habría podido verlos. Al mismo tiempo que el estrépito avanzaba por el callejón, me sonrió hasta cegarme, se dio la vuelta y se marchó.
Yo me quedé plantado, y volví a sentir mi corazón latir. Me agaché y cogí la flor. Y con ideas bulléndome tras eones encarcelado en mi prisión de porcelana, levité hasta el rincón más solitario del mundo, donde me dediqué a saborear el yo.
A regalaros la flor con mis palabras…

19 marzo 2007

Metáfora (en minúsculas)


Por muy alto que grite su voz sólo se oirá en un folio en blanco, como la carta errática que escribió la Muerte en letras minúsculas preocupada sólo por la metáfora. ¿Cuántas líneas, cuántos versos se han ahogado en su garganta? En lugar de crear traga y en vez de vivir mata.
No dejes que se levante preocupado por el ritmo de una poesía, perdido en la historia de un retrato porque sobre éllos construirá museos de plata con grandes columnas y los llenará de adjetivos, de verbos mal conjugados, de puzzles de granito que se derrumben sobre las nubes.
Cuando el páramo quede yermo buscará todo lo que fue suyo, lo que llegó a sus manos por accidente y dentro de ellas se quedó. Había agua y pájaros. También tenía lirios rojos como la sangre y un puñado de nervios helados. Pero nada comparable al corazón, que le cabía en un puño y que guardaba apretado con alfileres de palabras incapaces de describir una imagen y de imágenes imposibles de describir con palabras.
Todo lo que se oía en aquel valle era agua. Un arroyo claro que pasaba entre sus pies. Se agachó y bebió. Despertar para vivir. Vivir para soñar. Y una vez soñado, volver a despertar.

03 junio 2006

Juro


Juro por los jirones desgarrados de mi pueblo,
por el humo que agrieta mis entrañas
juro por jurar
juro porque puedo.
Juro, junio,
juro que me sangra el alma.

Juro, esta noche, por mi nombre en vano,
por el hielo que acuchilla mi garganta
juro porque llorar
juro, no puedo.
Juro, luna,
juro que no encuentro palabras.

Juro por las flores que adornarán mi tumba,
por los besos que flagelan mi espalda
juro por gritar,
pero juro en silencio.
Juro, té,
juro amor de sábanas blancas.

26 mayo 2006

Equilibrio


En el techo del circo había un espejo en el que el equilibrista se veía reflejado si miraba arriba. A sus lados, el vacío era rellenado una noche tras otra por los gritos de angustia de los espectadores con cada aparente paso en falso, que él tenía bien medidos.
La vara con la que guardaba el equilibrio era más alta que dos hombres, uno encima del otro. Se la regalo un viejo equilibrista chino antes de salir a su última actuación: “Fíjate, a un lado el abismo y a otro el paraíso”, le dijo. Unas palabras incomprensibles que fluctuaban entre el olvido y el tormento desde que observó los ojos del chino, inmóvil en el suelo. Incomprensibles.
Hasta aquella noche. Será el sexto sentido de la sexta vida, cuando los gatos sienten cerca el final, y erizan su pelo, y afilan sus uñas. Y regalan las varas que les evitan ser presas de la gravedad.
Miró hacia arriba, al espejo y sintió el escalofrío en la nuca. Por eso, al jovencito francés que estaba a su lado en cada actuación y que aprendía de él como del mejor maestro, le repitió las palabras del chino alargándole la vara y sin apartar sus ojos de los del joven.
“A un lado el abismo. Al otro, el paraíso.”
Y echó a andar sin pasos en falso.
Aquella noche no hubo murmullos bajo la carpa.

29 abril 2006

La madrugada desnuda

Fue la medianoche,
que pasó de puntillas
despojándose de su mejor vestido.
Sigilosa, dejó el tiempo a un lado,
junto a esa pieza de lino blanco
y zambulló sus caricias sucias en la espuma del mar.

El cielo anaranjado
sonreía agazapado detrás de la cerradura de la puerta,
con excitación infantil de sobrino de panadera.
La medianoche miró su reloj
y el mecanismo se había parado
por la acción erosiva del agua y corrosiva de la sal.

Hay madrugadas que se cuentan a pares
y es por tu ausencia
que mi piel se funde con sudor a las sábanas vacías.
Y hay mañanas en las que,
a pesar del zumo de naranja,
no hay dulce despertar.

20 abril 2006

Sin receta


Estoy siguiendo tu terapia. La de inventarme los nombres de las ciudades que habito. La de vomitar cascotes de viento que me envenenan de pasado. La de patear los cubos de la basura que se acumula en mis venas. Sí, doctora. Y sin necesidad de receta.
Me tienta recorrer el filo del cuchillo deslizándome con la planta de los pies. Es casi tan dulce como cuando mi lengua patina por tus caderas afiladas dibujando fantasías tan inútiles como el tiempo en el amor. Técnica pictórica: Saliva sobre piel.
Estoy siguiendo tu terapia: Palabra de mortal.

19 abril 2006

Libros libres


Acabó de liberar el último libro, que en su ansia de libertad batió sus páginas y se posó en el alféizar de una ventana. En ese momento no sintió nada, apenas una pequeña punzada en el pecho, pero ninguna sensación orgásmica que hiciese tambalear los cimientos de todas sus creencias.
En aquel tiempo, en que ya no quedaba papel para imprimir, ni tinta para escribir, las ideas se habían convertido en abortos creativos y la lluvia en una sopa de letras. “Los chubascos ya no son lo que eran”, pensó mientras volvía con pasos perdidos a casa, viendo cómo en el suelo se escribía “En algún lugar, mi padre me llevó a ver el hielo, serían las diez de la mañana, luna, luna, eres tú...” para, con la misma facilidad surrealista, las palabras tatuadas en el suelo secarse y dejar hueco a más cicatrices de lluvia literatizada.
No hacía ni diez años que en ese desierto llamado mundo los árboles ya no crecían. Por extensión, la gente había olvidado escribir, aunque no leer, y se buscaban nuevos soportes, mucho más fugaces y olvidables que el dulce crepitar que proporcionaban las hojas de un libro.
Algunos, como él, sentían una morriña infinita por aquel objeto totémico, aunque desconocido para su generación analfabeta. Por eso habían decidido, primero de forma individual, y después asambleariamente, liberar todos los libros, y que fuese su destino natural el que dictase el final del papel. De ahí que lloviese literatura, que la gente abriese la boca mirando al cielo en lugar de abrir los ojos mirando al papel para alimentarse de sueños líquidos.
Cuando llegó a casa no pudo mirarse al espejo. Se encaminó al balcón, desde el que se veía toda aquella ciudad invisible y lo abrió de par en par. Miró al infinito. La lluvia le calaba hasta los huesos que no existían, empapándole de sueños ajenos, tantas veces soñados por él en sus momentos de lucidez despierta. Siguió mirando al infinito, sin encontrar ninguna razón por la que seguir soñando.
En el momento del impacto sintió cómo sus propios sueños se fundían con aquellos escritos por otros. Fue una muerte dulce. Pocos pueden presumir de haberse hecho uno con las palabras que en aquellos días las nubes escupían.

14 marzo 2006


"He luchado a brazo partido con la muerte. Es la contienda menos estimulante que puedes imaginar. Tiene lugar en un gris impalpable, sin nada bajo los pies, sin nada alrededor, sin espectadores, sin clamor, sin gloria, sin un gran deseo de victoria, sin un gran temor a la derrota, en una atmósfera enfermiza de tibio escepticismo, sin demasiada fe en los propios derechos, y aún menos en los del adversario. Si tal es la forma de la última sabiduría, la vida es un enigma mayor de lo que alguno de nosotros piensa."
Joseph Conrad - El corazón de las tinieblas

13 febrero 2006

El pájaro carpintero


Desde el desierto no sólo nos llega calima. Anoche escuché susurros de desesperación que me hicieron abrir los ojos. Nuestros caminos transcurrían tan lejanos que nunca creímos que fuesen a cruzarse. Pero ahí estás mirándome acusador a la vuelta de la esquina. ¡Qué remedio! Me reprochas ser un producto podrido de una sociedad decadente, aunque nunca estuvo tan cerca de su liberación. Las hormiguitas trabajan, no han parado desde que el susurro me despertó. Yo juego a seguirlas con la mirada asomado a la ventana, fumando un cigarrillo detrás de otro, haciendo que pienso sin saber si podré atrapar alguna de esas ideas que vuelan tan cerca del cielo o si sólo son espejismos que tu voz me ha traido del desierto.
Un buen día se posó un pájaro carpintero en mi hombro. No ha parado de picotear, aunque no ha conseguido abrir ningún agujero. Todo mi ser suena a hueco, a página en blanco en la que no es posible escribir.
Pues bien, me he decidido a emprender un viaje. No me moveré del sitio y, sin embargo, nunca habré estado tan lejos. Tomaré como punto de partida tu mirada acusadora; la ciudad en la que vivo, que me es aún más desconocida que el día en que llegué con la mochila al hombro; los pasos que he caminado, que han dado vueltas en círculo hasta haberme dado cuenta de que nunca he avanzado ni un palmo.
Partiendo de todo esto espero echar a volar sobre la alfombra mágica del pensamiento. Para darme cuenta, al finalizar el viaje, de que también las rutas aéreas dan vueltas en círculo. Al fin y al cabo, por muchas vueltas que dé al mundo, siempre acabaré plantado en el lugar donde me encuentro ahora, asomado a la ventana, fumando un cigarrillo, con tu mirada acusadora clavada en mi nuca.
Y el pájaro carpintero seguirá ahí. Es el destino que se forjan los hombres huecos.

08 febrero 2006

Lápices de color líquido


Y te regalaría mi vida si pudieras aceptarla. Sería como venderle mi alma al diablo pero mucho más dulce. Tres dientes, dos lenguas, una sonrisa. Sólo cuento atrás en ti, no me vale otra unidad.
El tiempo, además de ser un buen jugador de póquer que nunca muestra sus cartas, se escurre líquido entre mis dedos.
Doloroso y condenado. Algo que sólo podrás entender tú cuando selle mis labios.
A cambio de mi vida sólo quiero unos lápices de colores. Algo con lo que pueda colorear este mundo demasiado lleno de color. Unos simples trazos infantiles que se lleve la riada la próxima vez que se abra el embalse de tus ojos.
Y duerme, porque soñar no dura toda la vida.
Sólo hasta que te despiertes y la boca pastosa te arree una bofetada de cruda realidad.

07 febrero 2006

Ahora calla


Es imprescindible que relaciones mi cara con la de la muerte. Aunque mi belleza diabólica rezume el perfume del sol, recuerda toda la sangre que te he hecho tragar. Todas las mañanas mis besos saben a cristal húmedo, a recuerdo líquido escrito en el vaho del espejo que te obliga a ver mi cara reflejada en él una vez, otra vez, y otra vez más... Aun así no puedes dejar de mirar cuando sales de la ducha. Es el inevitable sentimiento diabólico que tanto reconforta a ese pequeño ser que corretea por tus entrañas.
Me alegra verte así. Con hambre de vida podrida aunque te sepa más agria que dulce. Es puro vicio que te esculla por la comisura de los labios cada vez que inhalas una calada de un cigarrillo cualquiera. Un cigarrillo más, porque no te lo encendí yo.
La luna apagó anoche su brillo revolcándose en el cenicero. No quería reflejarse más en tu sonrisa teñida de púrpura. Estás segura de que llevaba tramándolo ya un tiempo. Hacía unos cuantos meses que no la veías llena. Huía esquiva a ras del suelo, escondiéndose entre los árboles del parque, confundiendo su luz con la de las farolas, guareciéndose tras cualquier nube solitaria que le ofrecía un lecho tibio y un vaso de vino caliente para ahogar tu recuerdo. Maldito satélite esquivo. Deseas que sus cenizas abonen algún arbusto maldito.
¿Y sin la luna que te queda? El traqueteo eterno de un tren nocturno. Conversaciones noctámbulas a la luz de tu tinta. Una carrera infinita siguiendo el último destello de un farolillo rojo reflejado en el brillo metálico de las vías.
Vuelve a ser inevitable, pero es triste reconocer que tu vida terminó la mañana que te olvidaste el sombrero sobre un poste de una calle cualquiera.
Ahora calla y escúchame.
Ahora calla. Mira el río baja.

02 febrero 2006


"Ya que hay que morir, el silencio del hombre prepara mejor a este destino que las palabras divinas"
Albert Camus - El hombre rebelde

12 enero 2006

Azul sentito


El cielo se desperezaba en el nudo de tu corbata y en el cuello de tu camisa. El humo acariciaba el lomo de aquel libro que olía a mar, que sabía a mundo. Dos tercios de ti son agua pero nunca pudiste hacer brotar de tu piel un puñado de peces porque un sudor febril no te dejaba escuchar amanecer.
Línea directa al centro con dos cubitos en tu vaso, robas un beso con la boca llena de agua, pasta de dientes sobre tu muñeca quemada, la tinta de una pluma en el centro de tu espalda.
Nada más bajar de la luna, te diste un baño de selenio, te rociaste con desodorante de estrellas, te embadurnaste con Nivea, te revolcaste en las sábanas y le diste una patada a la noche.
¿Acaso no sabes que tu voz suena a viento, que tu risa se siente como la luz de un fluorescente?¿Dudas de la frialdad de tus ojos?¿Aún respiras a través del lino de su vestido?
Pues sigue con tu dedo las huellas que alguien dejó en las algas que se apilan en tu escritorio, en el montón de cosas por hacer. Escucha al mediodía, 'il pomeriggio', y tararea sus notas. Vierte sobre tu cabeza el suavizante que la embargaba y sal a la calle teñido de azul.
Nunca está de más que la higiene tenga color, aunque éste viaje muy lejos sin mirar el paisaje.

08 enero 2006

Quero...

(Rabia, por perder lo que nunca tuviste.
Impotencia, por no poder agarrar con la yema de los dedos lo que se te está escapando.
Desesperación, por no poder deshacerte de lo que siempre has tenido y jamás quisiste.
Dale otra calada a ese cigarro, lánzalo después por la ventana y sal corriendo.
Huye de ti mismo, aunque te atraparé en cuanto dobles la esquina.)


Serán los exámenes. Desatan mis venas.
Suplican abrazos de tazas en vela,
despedazan las citas que tu carmín rojo
escupió a mi camisa susurrando gozo.

Si la revolución fuese un estilo,
si el estilo fuese un color
si un color fuese un beso
un beso sería la revolución.

Posas orgullosa como un venerado cadáver
tiñendo las sombras con tu tinta intensa,
bella de día, clara de noche.
Enciende el mechero para dibujar tinieblas.

Literas tornadas, puertas apiladas,
hogueras húmedas, huellas hiladas,
zurcidos torcidos de su trágico velo
sustituyen la boina que atrapa tu pelo.


Eu quero agua, quero viento, una pluma, un cuaderno, mi objetivo disparado, tu ojo grabado en mi pecho.
Nada, nada, ¡¡NADA!!,
(¿quero?)

13 diciembre 2005

Delirio ceniciento

Una noche despertaste mecido por el viento. La ceniza acumulada durante toda la noche en el cenicero te cubría la cara y no te dejaba ni siquiera respirar.
“Todo bajo control”
Ruido de olas a través de las ondas herzianas.
Aquello realmente era un delirio. Aunque una pesadilla no habría sido tan real. Tenías la garganta cerrada y un pequeño piloto rojo estaba encendido en tu muñeca. Justo donde lo habías dejado verde antes de irte a dormir. Las horas pasaban con grave grafía oriental. Un escriba te había tatuado el destino debajo de la nuca, y lo podías ver perfectamente con sólo girar la cabeza, sin necesidad de un espejo.
“Un espejo” deseaste. Y Alicia se despertó. A tu lado, con sonrisa tranquilizadora que te puso aún más nervioso, que te dejaba sin el aire que tus pulmones aún retenían. Los fotogramas volaban inconexos cerca del techo de la habitación, que se había convertido en un museo cualquiera. Que se hubo de haber convertido en una esperanza concreta.
Sin embargo, las agujas se movían hacia atrás y la tinta negra del destino empezó a iluminarse y a resquebrajar la ley que regía aquella exposición.
Tu hada madrina no te había visitado aquella madrugada. Por el contrario, se había perdido en un motel de carretera y había sucumbido a la dinámica del placer, fumando un cigarrillo tras otro, sin darse un respiro de la lujuria que impregnaba sus pezones morenos.
De repente dieron las doce y despertaste bañado en sudor. Todo había sido una realidad, así que te levantaste del nido en el que el halcón te había depositado y, apartando un huevo, abriste más que nunca los ojos y seguiste soñando.

14 noviembre 2005

Camino de ida cálida y vuelta fría


Se rompió el tarro de cristal en el que guardaba todas las lágrimas. Se le escurrió de las manos y estalló en la losa de piedra con sonido de violines. Lo observó con una sonrisa de humo que olía a albahaca para ajar palabras aliteradas, mal llamadas patochadas. Pintadas amarillas si dormían en hamacas.
Pensó durante esos interminables segundos que la música de sus pasos llenaba el espacio. La noche anterior lo había visto, escondido entre las nubes, mecido por vientos sin nombre, cubierto por arena que no dejaba de caer hasta llenar el reloj.
El líquido salado cuyos ojos nunca habían derramado se le escapaba. Bajaba por la pendiente, directo a la alberca, donde se convertía en nieve. En cristales helados tibios al tacto que olvidaban los verbos pendiente arriba, que esquivaban neumáticos mojados.
Así que tendió un cable, desde sus ojos manchados, para que el líquido hiciese el camino de vuelta. Lo guardó en sus lacrimales con la intención de nunca perderlo.
Construyó así un almacén presumido que llenó de lágrimas heladas, que llenó de helado de llanto.

06 octubre 2005

Microcuento


- ¿Tú crees que lloverá?
- Algún día, imagino... – respondí mientras mi mirada trazaba la línea irregular de los montes allá en el horizonte.
- Por cosas como esa eres especial – me dijo. Y me miró con esos ojos con los que se comía la cámara.
- No soy especial. Soy de carne y hueso – afirmé bajando mis ojos, que decía que eran como espejos porque no podía ver a través de ellos. Porque sólo reflejaban lo que veía. – Sólo soy aprendiz. Aprendo a callar cuanto más hablo – y me callé arrepentido de haber hablado.
- Sí. Calladito estás más guapo. – Y ella me besó.

13 septiembre 2005

Representación de eterno retorno: El Teatro mágico

Presente
Supón que escuchas la melodía. Porque sabes que esta noche la semilla del mundo late en tu vientre. Porque tu ombligo es una montaña cuya cumbre está cubierta por la bruma, por la nieve y por la vida. Bajo tus pies reside la oscuridad y la sientes punzante en la planta de tus pies. Pero levitas sobre ella y caminas firme. No lo consideres un milagro porque es lo más normal. Dos vidas pesan más que una y la esperanza quiebra las leyes de la física, de la lógica, de la muerte.
Pasado
¿Acaso alguien oyó tu llanto? Cicatrizó bajo el camuflaje verde de tu dulce sonrisa. Ya ni recuerdas si el espejo te vio llorar. En él buscabas el misterio que yace en el fondo del cenicero. En la esencia de las palabras que escupes y guardas en un frasquito. Ése es el perfume que utilizas para las galas.
Futuro
Esta noche no se gestará una gala sino la gran representación. Acabará de levantarse el telón y miles de rostros observarán el tuyo, cubierto por una gran máscara blanca, por una persona. Ora sonriente, ora triste. El Teatro mágico se derretirá ante tus ojos de fuego, ante tu sombra reclinada encima del escenario. Cada vez más arrodillada. Cada vez más sangrante. Los rostros de espectadores se tornarán en máscaras blancas. Ora sonrientes, ora tristes. Aunque no se oiga el rumor de las lágrimas, sino el eco de las carcajadas cuya reverberación creará ondas en el río de sangre que nace en tu placenta. En lugar de tomates o flores lanzarán al escenario jirones de piel encarnada que se adhieren a la tuya desnuda, como tu cara. No recordarás en qué momento la máscara cayó al suelo y su porcelana blanca, ora sonriente, ora triste, navegó corriente abajo por el río escarlata.
Pasado
Sólo sabes que esa noche las taquillas cerraron porque se habían agotado las entradas. Y que en la puerta pendían carteles que anunciaban: “El Teatro mágico presenta la representación de la vida.”. De los sentimientos humanos. De la muerte. El río escarlata inundaba la sala. El tibio y viscoso líquido llegaba al cuello a los asistentes, que en lugar de nadar para salvarse reían ajenos a su propio fin. Desapareció el patio de butacas. Las plateas, una a una, dejaban de ser palcos llenos de máscaras, ora sonrientes, ora tristes, para convertirse en parte del pantano. Al final sólo quedaste tú, inmersa en la inmensidad de tu sangre, que manaba de tu placenta. Podías respirar aunque tus pulmones estuviesen anegados.
En medio de tanta muerte, se escuchó un llanto de recién nacido que también manaba de tu placenta. Un llanto líquido, tibio y viscoso. Aunque tan lleno de vida que todo dejó de tener sentido y la sangre, las máscaras y la muerte se transformaron en un mal sueño del que acababas de despertar. Sueño de muerte, velada de vida. Bella de día, vuelta al sueño de noche.
Presente
Y lo acunas hasta que ambos os quedáis dormidos en los brazos del renacimiento.
¿Futuro?

31 agosto 2005

Se deslizó desde mi cuaderno

Asoma la violencia al filo de mis labios. Quiero avisarte de ello con una caligrafía perfecta. Será porque me siento más cómplice de la pluma que de la voz, que del teclado. Será porque mis palabras en este cuaderno se deslizan descalzas con la suavidad con que fluyen por mi mente, en lugar de galopar a lomos de la voz o saltar como canguros lingüísticos de tecla en tecla.
La tinta de la pluma no da lugar a vuelta atrás. Como mucho, una rectificación mal disimulada por un borrón que camufla las palabras que fueron pensadas y escritas, pero que una vez repensadas, creímos que no merecían haber sido escritas. Y así jugábamos a ser dioses con nuestros propios pensamientos.
Mi letra siempre me pareció un susurro pronunciado al oído de un papel en blanco. Y me sabía como un beso tuyo, cada uno con diferente sabor pero todos con el mismo matiz dulce que desprendía tu saliva: amor.
Mi descuidada caligrafía perfecta siempre me hizo enderezar mis pasos cuando el tropiezo no tenía vuelta atrás. Y vislumbraba tus ojos si giraba la cabeza para hallar en ellos la eterna afirmación que tanto me tranquilizaba: "Si caes, te ayudaré a levantarte, y si no puedes, caeré contigo".
Agua me diste cuando tuve sed y mis labios se resquebrajaban como el fondo de un pantano en plena sequía.
Negra era la tinta que corría por los ríos que en el embalse desembocaban; líneas en blanco paridas por un cuaderno amarillo. Y todo ese color para una vida en blanco y negro, que quedó congelada en una fotografía tomada en algún lejano momento del pasado.


"Carne de yugo, ha nacido
más humillado que bello,
con el cuello perseguido
por el yugo para el cuello.

Nace, como la herramienta,
a los golpes destinado,
de una tierra descontenta
y un insatisfecho arado.

Entre estiércol puro y vivo
de vacas, trae a la vida
un alma color de olivo
vieja ya y encallecida.

Empieza a vivir, y empieza
a morir de punta a punta
levantando la corteza
de su madre con la yunta.

Empieza a sentir, y siente
la vida como una guerra,
y a dar fatigosamente
en los huesos de la tierra.

Contar sus años no sabe,
y ya sabe que el sudor
es una corona grave
de sal para el labrador.

Trabaja y, mientras trabaja
masculinamente serio,
se unge de lluvia y se alhaja
de carne de cementerio.

A fuerza de golpes, fuerte,
y a fuerza de sol, bruñido,
con una ambición de muerte
despedaza un pan reñido.

Cada nuevo día es
más raíz, menos criatura,
que escucha bajo sus pies
la voz de la sepultura.

Y como raíz se hunde
en la tierra lentamente,
para que la tierra inunde
de paz y panes su frente.

Me duele este niño hambriento
como una grandiosa espina,
y su vivir ceniciento
revuelve mi alma de encina.

Lo veo arar los rastrojos,
y devorar un mendrugo,
y declarar con los ojos
que por qué es carne de yugo.

¿Quién salvará a este chiquillo
menor que un grano de avena?
¿De dónde saldrá el martillo
verdugo de esta cadena?

Que salga del corazón
de los hombres jornaleros,
que antes de ser hombres son
y han sido niños yunteros."

Miguel Hernández - El niño yuntero

28 agosto 2005

No me enfado. No me enfoco. No fallo. No farfullo. No profano. No confundo. No parafraseo. No falseo versos ilimitados. No me enciendo como un fósforo. No flaqueo aunque el camino sea largo. No friego trapos limpios. No escribo en grafías podridas. No afeito cabezas huecas. No fusilo a inocentes. No falto si pasan lista. No fumo. No filosofeo. No fotografío. No floto.
NO
¿puedo?

26 agosto 2005

Sueño relativo


Es un sueño. No a la vieja usanza, sino uno de esos con los ojos abiertos. No es que se repita, es que se reproduce en mi subconsciente y rueda por la ladera de mi mente hasta plantar sus raíces firmes en mi consciencia. Te veo. No he dejado de verte. Aunque estés al borde del mar y yo en medio de la tierra, aunque seas líquida y yo esté muriéndome de sed. O precisamente por eso.
A cada momento que me consumo te sueño más y mi sueño es más y más real. Como el dolor cuando me pellizco por ver si estoy dormido. Como todas las mañanas, que me despierto fundido a ti, nuestros cuerpos desnudos, prisioneros mancillados de las sábanas blancas que nos mecían en tu antigua habitación. Esa que ya no pisaremos, que fue el último resquicio de amor que me alojó antes de partir de Madrid. Antes de pedirte que te fueses del andén porque no quería que me vieses llorar.
Es mi sueño tan real como ese darle vueltas a un futuro que ya es presente, que acaba de ser pasado, y que aún no ha sucedido. Sí, Madrid es el lugar indicado para soñar despierto. Quizás porque nunca nadie duerme, porque sus habitantes bailan todas las noches alrededor de una hoguera con vampíricas intenciones en sus colmillos. O porque es en su puerto de secano donde espero tu desembarque.
Sentí tantas veces unas irreprimibles ganas de escupir toda esa infección sobre la ciudad hostil… Llegué a vomitar por sus esquinas borracho y solitario, con las mejillas inundadas de lágrimas. Tantas lágrimas que sentí también morir de sed.
Agotado, me acurruqué en un oscuro portal esperando a que las plañideras siguiesen el tortuoso paso del carruaje que me transportaba. Pero tu no lo soportaste y surgiste de entre las sombras. Y me diste a beber de tu cántaro, de la fuente que brota de tus labios.
Y juntos vagamos ya por la noche y dormimos por el día, y amanecemos fundidos por sudor, desnudos entre sábanas blancas mancilladas por nuestra propia sangre y por la de nuestras víctimas.
Y siempre que tengo sed me das de beber. Porque tu boca es la fuente que no se seca. Y tu mirada es el rayo que no cesa.


"¿Le gusta este jardín, que es suyo?
¡Evite que sus hijos lo destruyan!"
Malcom Lowry - Bajo el volcán

23 agosto 2005

Las únicas nubes reales son de algodón


La terminal era una gran copa llena de macedonia de idiomas. Los franceses no se besaban para despedirse. Los ingleses llegaban tarde a la última llamada. Los italianos hablaban entre sí con susurros inaudibles. Y yo sonreía.
Un avión tras otro despegaba, aterrizaba, se movía marcha atrás y a cámara lenta. En lugar de volar cubrían el cielo y se quedaban quietos para regocijarse en su divina facultad de despegarse del baile gravitatorio.
A su paso, las nubes levantaban el vuelo de su falda, y sonreían zalameras a los ojos de los niños que observaban excitados, con sexo escondido a la luz de sus ojos. Con Marilyn Monroe llamando a la puerta de mi memoria, como si fuese la vecina de arriba que sólo quiere una tacita de azúcar.
Si pudieses cumplir un deseo, ¿cuál sería?
La pregunta se me antojaba tramposa, quizás porque no había sido emitida en mi idioma y cada lengua tiene su duendecillo interno, su matiz en cada letra, académicamente explicado por von Humboldt.
Sabía la respuesta, pero, como Ezra Pound, no tenía muy claro en qué idioma responder. Sí, haría un verso, desde luego, o ¡mejor!, un Haiku.
"Mis ojos vuelan
donde mis pies no pueden.
Busca más lejos".
Ahí quedó enunciado mi deseo que los japoneses de la terminal no comprendían, a pesar de haberlo escrito en el cristal en su idioma.
Sin quedarme a ver la trascendencia de mis actos me acerqué al mostrador y saqué de mi bolsillo el dinero ahorrado durante dos años de sudor.
"Déme un billete para el siguiente avión que salga".
Y hecha la transacción, sin comprobar el destino, me embarqué por la puerta 9. Miré atrás para comprobar que los personajes de cómic que estaban rodeando mi obra no se habían movido y tuve la sensación de que al fin estaba vivo.
Y ellos muertos en los colores que los esclavizaban.

Crónica de sentidos ausentes

A medida que me sube la fiebre pierdo la lucidez. Más bien se transforma en un sueño descabellado, acrecentado por la borrachera involuntaria. Cuarenta grados y subiendo, y por única medicina la botella de whisky que se empeñan en meterme en la boca. No me resisto. No me he resistido desde el principio. Las imágenes inconexas vuelan como una bandada de golondrinas, completamente desbocadas por mi cabeza. Hace un buen rato que dejé de sentir. No veo, intuyo, y el tacto es un viejo amigo que se ha sentado a los pies de la camilla y observa el dantesco espectáculo.
Desde hace un rato huelo a hueso quemado, a fricción entre mi pierna y el hierro de la sierra. Me daría dentera si estuviese lúcido. Pero se confunde con esas imágenes que no dejan de volar alrededor de mi cabeza. Tampoco he perdido el oído. Extrañamente se agudiza con cada trago de whisky que la enfermera me hace tomar. Gritos, de tanta gente que no puedo adivinar cuántos son. Explosiones, aunque son muy lejanas. Por encima, la fricción, la misma que llega hasta mi nariz. Y el colofón a la sinfonía lo pone el goteo, que se oye rojo e intenso, con un ritmo frenético en la palangana de lata situada a mis pies, entre mi tacto, que mira aterrorizado la escena, y yo.
Es probablemente el momento en que más vivo me he sentido, después de probar el húmedo suelo mohoso en el fragor de la batalla. Un chasquido sobre mi rodilla y al suelo. Ahí empieza todo. La siguiente escena, enfermeros corriendo conmigo en la camilla hasta la retaguardia, donde por bisturí tienen una Opinel para mondar manzanas y como anestésico, el buen whisky escocés que están desperdiciando en mi garganta.
Por mucho que quieran no me pienso emborrachar. Por mucho que quieran estoy más lúcido que nunca. Y me alegro de ser consciente de mi propio desmembramiento, ya que nunca seré testigo de mi propia muerte. Por eso disfruto cada matiz que mis obnubilados sentidos me ofrecen. Para, tan cerca de la muerte, poder gritar que estoy más vivo que nunca.

19 agosto 2005

Huida hacia el punto de fuga

Quería sentir, ser todo aquello que había leído, escuchado. ¿Se podía vivir aquella pasión que cantaban los juglares, tan fuerte como sólo los lobos aúllan a la luna llena? Sin tener certeza sobre ello montó al primer tren que salía de la estación. Durmió. Pasaron días. Probablemente también años, y veía a la gente sentarse en su compartimento, levantarse, dejar las maletas sobre su cabeza. Y veía su barba crecer, poblar cada rincón de su joven cara, curtida día a día por la voz familiar del revisor.
Pasaron las estaciones. Hoy París, mañana Budapest. Pasado mañana primavera y al siguiente otoño.
Al paso de su tren, las ciudades estaban dibujadas en blanco y negro, eran una plana fotografía de los sueños que los viajeros trazan en los mapas. Compases se alzaban en lugar de las torres y parecía que la línea del horizonte estaba trazada con el cartabón de un viejo profesor de geometría. Hasta las manchas del cristal eran huellas dejadas por el despistado artista con sus dedos manchados de carboncillo.
El arte nacía del haz de luz que manaba de sus pupilas, claro como el agua recién nacida del manantial de montaña, enrevesada como las comparaciones de los clásicos orientales. Y tan natural como ambas, pues no tendría sentido ese mirar sin el objeto sobre el que se posase su vuelo. Cada amanecer bebía imágenes que componían, fotograma a fotograma, una curiosa película sin argumento, sin principio ni fin. 24 exposiciones por segundo. Lástima de plata, menudo desperdicio.
El pulido andén llegaba a su fin. Y el agua no saciaba su sed. Ya la bebía con fruición, tanta que peligraban las existencias de todos los océanos y ni las lágrimas de la humanidad, que no dejaban de desembocar en ellos, podían parar la acuciante sequía.
Cuando el tren paró estaba amaneciendo. A su izquierda se extendía el diezmado mar y el sol se miraba a su espejo recién despierto para quitarse las legañas. A su derecha, la ciudad invisible bostezaba.
Cogió su hatillo y caminó hacia ella. No había caminado dos pasos cuando paró en seco su marcha y se lo pensó mejor. Dio media vuelta, cruzó las vías antes los ojos del jefe de estación y se metió en el mar. Primero los pies, luego las piernas, el torso, hasta que su cabeza no fue más que una mancha diminuta que se perdió bajo las aguas, justo debajo de la línea del horizonte que algún viejo profesor de geometría había dibujado con su cartabón de madera.

17 agosto 2005

La vida en Venecia

Ella estaba allí cuando el sol curtía su piel, cuando el cielo lloraba con su lluvia sobre su cara y, así se confundían y mezclaban las lágrimas de ambos, cuando la nieve y el frío agarrotaban sus dedos extendidos hacia los transeúntes que pasaban a su lado sin verla.
Sucede, normalmente, que las cosas más importantes, por ser pequeñas, por estar escondidas en las sombras, pasan desapercibidas ante los ojos grises que nada quieren ver más que lo que cae delante de su mirada perdida.
A ella no le importaba. Seguía llorando con un llanto silencioso y, de vez en cuando, una moneda caía en la palma de su mano, que se iluminaba por el resplandor dorado del metal. Por la sonrisa que ese hecho trivial le robaba a sus labios. Por ver a su pequeño comer caliente esa noche en la pequeñísima choza de la ciudad invisible enclavada entre palacios áureos de la ciudad más vista, más querida, más fotografiada.
Aunque ella se creía invisible, había alguien que se apostaba cada día en el rincón más oscuro, aún más oscuro que en el que ella se arrodillaba. Era un chico sin rostro, que por mucho que pasases a su lado, nunca conseguías reconocer. Vivía desenfocado entre tanta masa enfocada. Un individuo perdido, al fin y al cabo, con poca profundidad de campo o el diafragma muy abierto (porque toda realidad tiene dos caras, una afirmativa y otra negativa). Y todos los días sus ojos la veían volver empañada entre turistas, como si la niebla la protegiera con su insonoridad hueca.
Y todos los días un beso volaba tras ella, requebraba las esquinas tras su figura, que parecía siempre postrada ante los pies que pasaban hacia un lado, hacia otro lado.
Pero sólo ella se elevaba del suelo un poquito más cada mañana.
Sólo ella podía decir que veía el mundo desde el cielo. Y el chico desenfocado sonreía desde su rincón.

12 agosto 2005

Vidadá


Partía con tanto cuidado los huevos para hacer tortilla… Tanto que tiraba la cáscara a la basura intacta. Todo lo que hacía era arte, suave, cuidadoso, meciendo a un niño en su pincel. Sus partes eran integradas en un todo como si siempre hubiesen formado parte de él. Y al fondo, el mar, eclipsado por una mentira que se decía verdad, a la que media humanidad se aferraba en su naufragio de identidad aliterada, dadaístamente dejada en los dedos del dorado deseo de ser Dios.
Hombres buenos. Desnudos ante sí mismos se miraban al espejo y se buscaban las virtudes como si fuesen besos robados de los labios de un suceso largo; los vicios como cicatrices dejadas por una amarga vida inexistente de firme contradicción perpetua.
Le sobraban adjetivos, adverbios, pronombres, nombres y verbos vertidos en cuencos de un lenguaje invisible pero metafísicamente existente.
Y así, cambió el tiempo.

10 agosto 2005


"Así, víctima de su extravío, no sabía ni quería otra cosa que perseguir sin tregua al objeto de su pasión, soñar con él en su ausencia y, a la manera de los amantes, dirigir palabras tiernas a una simple sombra"
Thommas Mann - La muerte en Venecia

Boine soir, Cartier


Hoy desafío al más grande. Llamémoslo homenaje...
Si fuiste el ojo de tu siglo, yo seré el ojo del mío.

09 agosto 2005

Sin pies

No sé hasta qué punto he llegado en la escala vampírica, porque aún soporto la luz del sol y la mera visión de la sangre me marea. Aunque me gusta saborearla salada y caliente. Llena de vida. Por eso ahora me pregunto por mi grado de existencialismo, porque me levanto cada mañana como si fuese una nueva, aunque ya la haya vivido. Pero yo soy tan Sartre como Jean Paul, aunque sin ojo a la birulé. Y sin ojos de gato, desde mi felina perspectiva. Al fin y al cabo son tan pardos como las hojas que cubren la avenida en otoño.
Envidioso de los grandes, aunque a su misma altura desde mi pedestal de sueños rotos, aplazados o por cumplir. Desconocidos, de todas formas. O más bien inconscientes. Subconscientes.
Abro con cada letra una nueva senda en mi imaginación, aunque no me decido a seguir ninguna, pues me parecen todas igual de buenas. Así que sigo caminando en círculo en este pequeño claro que he conseguido formar. Aunque no sé cómo. Un buen día amanecí aquí. Eso es todo.
Me vuelvo a tumbar en el prado. Pero sólo porque se oye la melodía de un piano. Como para rendirle homenaje. Eso es todo.
Y vuelve a llover. Ya hacía falta. Porque tenía las raíces tan secas que no las podía despegar del suelo. Todo, en definitiva, era un duelo. Con enemigo desconocido y tan profundo que sólo le veía cuando me miraba al espejo. Será porque todas las ataduras nacen del propio corazón del hombre. Porque la libertad no es un sueño, sino una realidad. Desconocida. O más bien inconsciente. Subconsciente.
A lo mejor el bosque es sólo un espejismo, cordaje producto de mi imaginación.
O más bien inconsciente.
Subconsciente.

08 agosto 2005

Manifiesto del Anormalismo

En los tiempos de normalidad abusiva, dictatorial y homogeneizadora los seres que dan más importancia a su propia excentricidad brillan con una luz que la mayoría de veces es tachada de oscuridad. Sí amigos, el oscurantismo no es que predomine, es que se ha convertido en la base de una sociedad que quiere ver muertos a sus individuos más ilustres. O al menos quiere ver muerta esa ilustre individualidad. Esta sociedad nos ofrece opio paralizante en cada acto, en cada pequeña manifestación de una cultura predominante, viciada, robóticamente deshumanizada.
No es una reflexión nueva ni novedosa, ya Stuart Mill, Tocqueville, Marx u Ortega y Gasset, entre otros, supieron ver este intento de ‘individualicidio’ que, de una manera más o menos programada, la sociedad impone a las mentes más preclaras. En el mejor de los casos, el resultado de este aislamiento resulta una ‘muerte social’, un mirar por encima del hombro al ser que proclama su excentricidad como única bandera, que no sabe de naciones, ideologías, religiones, tierras o terruños.
Mi única patria es mi propia mente. No ya en un sentido surrealista, proclamando la percepción de la mente sin mediación de la razón como única manera de expresión posible. Sólo es una de tantas. Tantas como mentes únicas piensen, como seres únicos que se resistan a ser homogeneizados existan.
¿Personalismo? ¿Individualismo? Poned la etiqueta que queráis, aunque por principios, me resista a etiquetar mi propio pensamiento. Al fin y al cabo, somos humanos, y lo único que nos diferencia de los animales es nuestra ansia por clasificar y explicar un mundo inclasificable. Eso y el Amor.
Desde estas líneas, pues, proclamo este manifiesto de la Libertad como la única manera para alcanzar la verdad. Anclémonos en los clásicos para poder librarnos de sus yugos.
Hermanos, ¡renaced!

02 agosto 2005

La muerte en Venecia


Nostalgia de futuro, paraíso de sueños perdidos y de inspiración ahogada en un vaso de agua.
El vaso de agua acaba de derramarse en mitad del canal y ha puesto perdidas de sangre las sábanas que la mamma acaba de tender. Gracias a eso me voy a salvar, porque la mamma no se fijará en la gran mancha de las sábanas cuando la vea sino que seguirá, como miguitas de pan, las gotas de sangre que han formado un reguero bajo mi ventana para encontrarme ahí asomado, con los ojos vacíos y sin aire en los pulmones porque se me ha acabado sólo diciendo en voz alta esta frase.
¡Respira!
Ahora cambia el escenario y, por ende, el estilo. Anoche las sábanas lamían tu cuerpo. Era una competición conmigo, por ver quién embadurnaba más saliva sobre tu piel. Te envolvías en ella. Eras un regalo con sorpresa. Con la sorpresa contenida en tu alma traviesa y sonrojada. Nos debatíamos en una lucha sin cuartel. Nadie se cansaba. Mojábamos aún más las sábanas. Nos quedábamos pegados. A ellas. A nosotros. Por un momento fuimos uno y habríamos desaparecido de haber empujado más fuerte. Habríamos muerto de placer, de escarmiento, de conocimiento. De amor. O simplemente ahogados, por no dejarnos coger aire entre tantos besos cuyas lenguas enfurecidas se obcecaban en estrangularnos.
¡Respira!
El coral arañó durante un tiempo mis pies. Hasta que la barrera dejó de sostenerme y el acantilado submarino se abrió para dejar paso a la inmensidad del mar. Peces de colores nadaban a mi alrededor y yo contuve la respiración para ser uno más de ellos, para camuflarme con el azul cristalino de las aguas. Las escamas brotaban de mi piel con cada brazada que me hundía en el fondo, con cada gesto cómplice y cada guiño a las criaturas que me miraban atónitas. Poco a poco la luz desapareció y me encontré solo. Hacía frío, estaba oscuro. Y sentí miedo, mucho miedo; tanto, que volví a ser consciente de mi naturaleza aérea. Las escamas se disolvieron y por primera vez mi instinto, anclado en mi cerebro dio un tirón de mí para que volviese a la superficie y me gritó.
¡Respira!
Otra vez Venecia. Aunque ya no soy yo el narrador así que cambiemos de persona. Tu sangre derramada y mezclada con las lágrimas de tu mamma. Es todo tan trágico, que te dan ganas de reir. Aunque no serás el primero. El "hommbre" (digamos Mann) te entiende. Desde tu escondite también se oye su risa.
¡Expira!

30 julio 2005


"Al que sin cesar se esfuerza por ascender... a ese podemos salvarlo"
Goethe

26 julio 2005

De Madrid a tu cielo

Forges - Homenaje a las víctimas

Madrid dibuja su perfil con altos edificios que desafían al cielo con la chulería que le caracteriza. Marca cada trazo recto con una dejadez bien medida, milimetrada en cada grúa que se levanta del suelo para hacer un nuevo bosquejo en esta jungla de asfalto.
Madrid dibuja su perfil con acentos de cada sitio y a la vez de ninguna parte. Con colores de todos los rincones del mundo que se funden en un arco iris deslumbrante, aunque parezca gris para el neófito que no sepa apreciarlo.
Madrid busca aire en sus asfixiantes avenidas, en las hojas de cada árbol que brota sobre su piel de asfalto, en cada nuevos ojos que la observan con sueños en sus retinas. Madrid devora sueños y a la vez reparte los suyos propios, como una suerte de lotería sin sentido.
Madrid se refugia de la lluvia que moja sus aceras, y se mira presumida en cada charco que se forma en la calzada a la espera de que algún taxi presuroso desdibuje su sonrisa de fulana engalanada del espejo que la tormenta le regala.
Madrid llora por cada gota de sangre que cae del cielo. Y nunca duerme, buscando redimir sus pecados cuando la luna es el único testigo de sus andanzas.
Madrid eres tú.
Aunque no en verano.

23 julio 2005

Verde vertiginoso


Camino sobre la hierba mojada sintiendo cada gota de rocío en la planta de mis pies. El césped está recién cortado y me pincha un poco, por eso me siento y me dedico a deleitarme con su olor, a buscar tréboles y deshojarlos. A mi alrededor se levanta una valla hecha de cascotes de botellas de vino, de recuerdos trasnochados tan llenos de esperanza. Me levanto y sigo caminando, entre croares de rana, silbidos de lagarto, arcos dibujados en el aire por saltamontes. Y al fondo, tus ojos felinos, inquietantes, ("la foresta pluviale si risveglia"), entran de lleno por la balconada abierta de mi ser, escudriñan en el fondo en busca de algún tesoro con remates de esmeralda, de algún mapa que indique la salida de esta línea cinco de metro.
Creo que la encontré. Sigo el tintineante sonido de los cascabeles hasta el nido de serpientes más hospitalarias que nunca he conocido. Todas toman té y me ofrecen un poco a la luz de las lámparas con papel pinocho de ese color. Del color de tus pensamientos.
Piensa en...

Heredero del destino

Cortó la baraja bajo la atenta mirada de toda la tripulación. El azul del mar hacía juego con sus ojos claros, aunque cálidos a un tiempo. Rey de oros. El capitán miró al resto con la misma sensación de César al cruzar el Rubicón: "Alea iacta est", pensó.
Toda su vida había transcurrido a bordo de un corsario surcando la inmensidad turquesa de los siete mares. Conocía todos los puertos del mundo, y en cada uno de ellos, unos labios de mujer suspiraban por volver a besar sus tatuajes, por volver a repasar la cicatriz de su curtida mejilla, que era tan parte de él como su propia alma.
Así que la suerte lo había designado a él como heredero del destino. Miró al horizonte. Una delgada e imperceptible línea separaba el cielo del mar y a la vez los fundía en un tapiz sin bordes con flecos, como los que tantas veces había visto colgados en las tabernas de Argel, de Alejandría, de Constantinopla,...
Ahora el Egeo reclamaba su tributo. Los ojos de los marineros no se apartaban de los suyos y le observaron avanzar con lentos pasos, pero con decisión, entre ellos hacia el borde de la cubierta. Se paró a un paso de distancia del agua y volvió a mirar al infinito. Allí encontró los ojos de la muerte taladrándole. Eran unos ojos de mujer bella, sonrientes, que le infundieron valor para refugiarse entre sus cabellos castaños.
Y saltó para sumergirse en el mar dulcemente, muy dulcemente,...

22 julio 2005

De la serie "palomas del mundo", hoy... ¡Venecia!

15 julio 2005

Desde Creta, con amor

La cuna de la civilizacion minoica abre sus puertas a mis sueños. Alt+164 para la eñe y un monton de griegos bordes a mi alrededor. Sigo buscando la inspiracion por el Egeo.

30 junio 2005

Salado, como la muerte

Ayer soprendí a mi madre recitando a García Lorca mientras se pintaba las uñas de los pies:
"Todos los días en Granada
todos los días muere un niño...".
La misma noche encontré a mi padre desvelado soñando con las pesadillas que a los demás les había tocado vivir.
Siempre había desdeñado esas pequeñas palabras que salían de sus bocas, esos pequeños gestos que resumían la agonía de la gente, eran los gritos que daban los mudos.
Mientras, risas, alcohol, cerveza a tubos corrían entre mesas de insensatos, de inconscientes que no veían más allá del culo del vaso que les había concedido la fortuna.
Edipo murió y yo no me di ni cuenta, no le había dado siquiera tiempo para nacer.
Corren por mi mesa las últimas frases esquivas antes de coger ese tren, antes de mirar al vacío andén tan lleno de gente, aunque ninguno de los gestos de despedida vaya dirigido a mí.
En Atenas viviré mi segundo Renacimiento. Aunque seré consciente de él.
Desde una ciudad cualquiera, un ciudadano cualquiera, desvelado por los sueños de los demás...
Post Scriptum: Estaré cerca, tanto como lo estén tus sueños. Si quieres ver mi cara, no tienes más que mirar al espejo.

27 junio 2005


"...milana bonita, milana bonita..."
Miguel Delibes - Los santos inocentes

26 junio 2005

Amor y Libertad


Foto: Robert Capa

Nunca te gustaron las despedidas, el salado sabor de las lágrimas en tus labios. Y sin embargo aquí estás, en medio de la abarrotada estación, abrazándola completamente aislado de los gritos, el llanto y los disparos al aire que pueblan el ambiente. Tú sólo oyes sus lágrimas rodar por las mejillas. Y ella está escuchando tu corazón latir tan fuerte que se va a salir del pecho.
"Vete ya", le dices, porque no quieres que te vea llorando. Tú eres un hombre, eres fuerte, te has curtido en el campo durante veinte años. Eres lo único que ella tiene en el mundo. Ella en cambio es frágil como una copa de cristal. Su tez es pálida, sus piernas como las de una garza. Y su vientre te lleva dentro más vivo que nunca. "No", te responde, "quiero verte partir".
El tren pita dando el último aviso. Ya no aguantas más. "¿Cómo se va a llamar?", te pregunta con la voz cortada por el llanto. Le das un beso para no verla llorar, aunque la escuchas. Sólo tienes oídos para ella. "Mateo, como su padre, como el padre de su padre", respondes desterrando al fondo de tus tripas el nudo que tienes en la garganta.
"¡Viajeros al tren!", grita el jefe de estación mientras la locomotora se pone en marcha y los vagones comienzan un lento traqueteo. A tu alrededor hombres vestidos de verde se apresuran a echar sus macutos al tren y a montarse en él en marcha. Le das un último beso y te das la vuelta justo en el momento en el que se te escapa la primera lágrima. Corres en dirección a la puerta más cercana. Sólo te da tiempo para escuchar sus últimas palabras, que salen arrancadas de su corazón, con más sentimiento que sentido: "¿¡Y si es niña!?". Montas al tren, que ya sale de la estación y te das la vuelta. Aún puede ver tus ojos encharcados, aún puede oír tus palabras desgarradas.
"¿Y si es niña?", piensas, "Y si es niña...". Y tu mente te trae la respuesta, la que ella quiere oir, la que borrará las lágrimas de todos tus compañeros. "Y si es niña..." repite tu cerebro para dejar que tu corazón grite: "Y si es niña ¡¡¡¡LIBERTAD!!!!".

24 junio 2005

If...


"Si puedes mantener la cabeza cuando todos a tu alrededor
pierden la suya y por ello te culpan,
si puedes confiar en ti cuando de ti todos dudan,
pero admites también sus dudas;
si puedes esperar sin cansarte en la espera,
o ser mentido, no pagues con mentiras,
o ser odiado, no des lugar al odio,
y-aun- no parezcas ni demasiado bueno, ni demasiado sabio.

Si puedes soñar y no hacer de los sueños tu maestro,
si puedes pensar y no hacer de las ideas tu objetivo,
si puedes encontrarte con el Triunfo y el Desastre
y tratar de la misma manera a los dos farsantes;
si puedes admitir la verdad que has dicho
engañado por bribones que hacen trampas para tontos.
O mirar las cosas que en tu vida has puesto, rotas,
y agacharte y reconstruirlas con herramientas viejas.

Si puedes arrinconar todas tus victorias,
y arriesgarlas por un golpe de suerte,
y perder, y empezar de nuevo desde el principio
y nunca decir nada de lo que has perdido;
si puedes forzar tu corazón y nervios y tendones
para jugar tu turno tiempo después de que se hayan gastado.
Y así resistir cuando no te quede nada
excepto la Voluntad que les dice: "Resistid".
Si puedes hablar con multitudes y mantener tu virtud,
o pasear con reyes y no perder el sentido común,
si los enemigos y los amigos no pueden herirte,
y todos cuentan contigo, pero ninguno demasiado;
si puedes llenar el minuto inolvidable
con los sesenta segundos que lo recorren.
Tuya es la Tierra y todo lo que en ella habita,
y-lo que es más-serás hombre, hijo."
Rudyard Kipling - If

22 junio 2005

Obsérvese

La figura me mira desde el fondo del cuadro. Consiguió sobrevivir a la muerte. Bien hecho. Su única labor ahora es posar para la posteridad a merced de miradas anónimas y furtivas. Triste final para sus pretensiones. Tan triste como sentir tu muerte observada por las aves carroñeras.
¿Conoció el amor la mujer barbuda? No me atreví a preguntárselo. Me dio miedo. Sus ojos amenazaban mi presencia en el rincón de su soledad. El niño que acuna en brazos parece que será feliz. Para que luego digan los curas.
Frases cortas, directas vuelan cerca del techo. Las capturo con un cazamariposas amarillo. Recuerdo de niñez. Todas van a parar a un saco donde guardo tus sueños. Sin quererlo se me coló un Picasso. Buen botín, aunque involuntario. Sus ojos de pez me miran. Hay que ver, Celestina. El azul te desmejora mucho.
En mi pantalla bailan los colores. El verde sucede al rosa, aunque seguro que no se pusieron de acuerdo. La noche es cerrada ahí afuera. Miro por la ventana y veo oscuridad violada por la luna llena. Y un gato negro que le canta a ésta.
Observe. Retrato de familia. ¿Realmente se querrán? Sus gestos parecen forzados y esquivos. No hurguemos en la llaga, que tenemos suficiente con lo nuestro, don Camilo. En cuanto les han dejado, se han difuminado en el paisaje. Lo suponía.
La vida es algo que aprendí en un museo.
La vida es... óleo sobre lienzo.

20 junio 2005

Grito


Disculpa que hoy no sea tú. Pero necesito gritar. Ya no aguanto este calor que quema mi piel, que incendia mis pulmones, que consume mis entrañas. Necesito arrancarme el corazón con unas uñas bien afiladas que rasguen lo que quede intacto dentro de mi pecho, que abran mis costillas de tela como un armario para que al final no quede nada dentro. Eso es, necesito sentirme vacío.
Me acabo de dar cuenta de que la luz se ha apagado delante de mis ojos. Parte de culpa es mía, pues era mi mano la que sostenía el martillo que rompió la bombilla en mil pedazos. Ahora doy vueltas en círculo sobre ese mar de desperdicios, de cristales rotos que me destrozan los pies. El suelo está cada vez más encharcado de un líquido tibio y viscoso que tiñe mi piel de escarlata.
Me siento incapaz de mirar a los ojos del destino. Ya no me río en su cara. No me atrevo a recibir otro arañazo suyo que me vuelva a cicatrizar la mejilla. Ya saboreé el gusto amargo de la sangre en el momento de mi nacimiento; ya experimenté su frío zarpazo de mis manos inocentes sin saber que eso sellaría el resto de mi vida. Ni siquiera las pecas han conseguido disimularlo. El dolor está ahí, latente, y me atormenta cuando no llueve.
Prometo no dejar correr una lágrima para darle esa satisfacción. Los surcos que había bajo mis ojos están secos a pesar de vivir preso del dolor. Mis ojos se mueren de sed porque nadie los regó. Mis manos gritan desesperadas y se acercan a mi cuello para obligarle a soltar las palabras que están aferradas a mi garganta con anzuelos. Y aunque abra la boca para gritar sólo sale de ella aire vacío de sonido, el silbido asmático de mi negra alma.
Sé que me quedo a medias. Que la infección recorre mi cuerpo y se hace su dueña. Da igual. Sólo necesitaba escupir estas palabras a través de la yema de mis dedos aunque siga corriendo en línea recta por esta carretera sin fin.

19 junio 2005

Autorretrato del artista adolescente


Te susurré al oido que no te separaras de mí, que esa noche me abrazaras bien fuerte.

18 junio 2005

La sombra de tus piernas


Me deslizo por el suave tobogán de tus piernas
sintiendo cada centímetro de tu piel.
Los segundos se han parado en esta frenética caída
y el reloj lucha contra sí mismo
por hacer avanzar sus agujas en la esfera.
En el horizonte veo un bosque
en el que me refugiaré de este sol de plomo.
Ya veo la sombra de sus árboles
cuyas hojas me sonríen de un modo cómplice.
He decidido que pasaré ahí el verano.

Tarde lisboeta en el centro de Madrid

Llevas toda la tarde dando vueltas a la manzana corriendo. Lo haces para desahogarte, porque se te ha extinguido la voz de tanto gritar por la ventana. No puedes parar de mover las piernas y forzar tus músculos, sólo por hacer algo. Lo mismo podrías haberte puesto a garabatear las paredes con un rotulador, como cuando eras un niño. Sin embargo prefieres sudar y sentir la carga del sol sobre tus hombros y tu cabeza. Debe de hacer al menos cuarenta grados y tienes la camiseta pegada a tu torso, lo que te provoca una sensación de angustia. Pero es superficial, no te interesa esa sensación. Así que envías a tu cerebro la señal de que la filtre, que la obvie y la mande a la trastienda del recuerdo.
Paras un momento y te inclinas con las manos en las rodillas buscando el inexistente aire de la viciada ciudad. A tu lado dos muchachas ríen sin parar y sientes la necesidad de unirte a su risa. Están sentadas en un banco de madera y las dos llevan faldas por encima de las rodillas y unas sandalias de playa. "Es una pena que en este hervidero de gente no haya playa, porque echaría a nadar para perderme en el mar", piensas. De un coche parado en el semáforo salen notas de rock and roll a todo volumen e inudan la plaza. Eso te anima para proseguir tu carrera sin meta.
Tras un rato te paras a beber agua en la fuente en la que unos niños están llenando globos de agua. Te hacen recordar tu infancia en la pequeña ciudad donde la guerra de globos se declaraba el primer día de vacaciones y las barricadas no se levantaban hasta septiembre, cuando la campana de la escuela os obligaba a volver a los mares de letras. "¿De qué me va a servir todo esto que intentan meter en mi cabezota?", te preguntabas día a día. Hoy sabes que las flores tienen estambres y pistilos, que el sitio de Verdún fue la batalla más sangrienta de la historia y que los patricios romanos llevaban una banda magenta para mostrarles a esclavos y plebeyos todo el poder que su cuna les otorgaba. Ahora quizás has cambiado tu percepción sobre estos conocimientos y puede que las cosas tengan más valor por acumular líneas de libros de texto en las estanterías de tu cerebro.
Levantas la vista abstraído y observas la plaza desde el centro. Los edificios son viejos y sus paredes están descascarilladas. Probablemente en algún tiempo desafiaban la vista de los viandantes con colores vivos y llamativos. Ahora llaman la atención los colores chillones de las ropas colgadas de sus balcones puestas ahí para que las moléculas de agua se evaporen y sigan con el ciclo que tantas veces viste dibujado en los libros de ciencias naturales. "Nuestras aguas son los ríos que van a parar a la mar". No sabes por qué esta estrofa de Jorge Manrique te viene a la cabeza y tu pensamiento sigue hilando fino con puntadas de Jean Paul Sartre. No, hoy no sientes la náusea. Quizás un poco de 'saudade' por encontrarte en el centro de Madrid con una plaza que parece traída pieza a pieza de Lisboa.
En este momento te has vaciado de sentimientos. Sientes tu alma en paz, una tranquilidad absoluta, como si en el centro de tus entrañas reinara la calma chicha y por eso ya no te apetece correr.
Vaya. Un billete de cinco euros en el suelo. Te agachas a recogerlo y, con él en tu mano, miras a tu alrededor por si encuentras a su dueño. "Creo que el dueño ha sido encontrado por el billete", dices entre dientes, y lo guardas entre la goma de tu pantalón de deporte y tu cintura. Como te apetece fumar te acercas al kiosko que hay en el centro de la plaza. "Un paquete de Fortuna, por favor". Miras a tu derecha y ves a un hombre que no se ha duchado en semanas beber de un cartón de vino. "Que sean dos, y un mechero", le dices al kioskero. Te sacas el billete de cinco euros de su escondite. Está húmedo, pero no crees que le vaya a hacer ascos.
Coges el tabaco y el mechero y te acercas al hombre del banco. "¿Puedo sentarme?". Él te mira. Parece que no va a poner oposicion y te sientas a su lado. Abres un paquete y te enciendes un cigarrillo. Él te vuelve a mirar, aunque sus ojos se fijan más en el cigarrillo que en tu cara. Te sacas el otro paquete y se lo das. "Gracias", dice su mirada perdida por los efectos del tintorro. No te apetece hablar, así que te fumas el cigarro tranquilamente disfrutando de la tarde lisboeta que el destino o la casualidad han traido a la puerta de tu casa.
Sigues con la mente en blanco. Debe de ser porque sólo te sientes realmente inspirado cuando las tinieblas de la noche emergen del horizonte y toman el relevo del sol. Cuando te metes en la cama y la cabeza empieza a darte vueltas como una lavadora centrifugando. Aun así, decides tentar esa costumbre y buscas a la musa en las sombras proyectadas por el sol. No hay manera. Sólo encuentras una paloma comiendo las cáscaras de pipas que alguna pareja abstraída en su propia belleza dejó caer. Fotografías esa imagen en tu mente y la guardas en el apartado de "palomas y pipas" que se acaba de inaugurar en la biblioteca de tu cabeza.
Por primera vez en años te sientes bien, te sientes vivo. Será por contrastes, porque en tu mundo fotográfico todo funciona así. Será que esta vida te ha buscado para que la sientas. Será que esa llamada telefónica que te hizo salir corriendo envuelto en lágrimas y no parar hasta que se vació tu alma de pena la hizo la mano del destino (o de la casualidad). Aunque tú sabes que es un homenaje a su vida, que ella habría querido que le regalases el paquete de tabaco a ese mendigo, que pensases en la pareja que dejó caer las pipas. Y por fin sacas una conclusión que no viene a cuento de nada. "Estés donde estés, sigue calentando mi cama en las noches de frío y soplando mi cuello en las de calor. Suerte y felices sueños".

17 junio 2005

Dejá vu



Un manto de agua cae ante tus ojos y, a pesar de ahogar tu visión, deja que tu imaginación navegue en los charcos que se están formado en la acera. El ruido del tráfico ha cesado y sólo se oye la lluvia caer sobre el pavimento, los pasos apresurados de la gente, que corre a refugiarse del chaparrón bajo cualquier irregularidad de los edificios de la avenida. Los más previsores caminan tranquilamente con el paraguas abierto y una sonrisa mal camuflada que denota su sentimiento de superioridad sobre los menos avispados. En cambio tú avanzas como si el sol estuviese fundiendo tu figura con tu sombra por los pies. Tienes el pelo pegado a la frente y notas el agua en cada resquicio de tu cuerpo. Es una sensación que hacía tiempo que esperabas. Notas miradas indiscretas clavadas en tu nuca y te das la vuelta con aire desafiante. Entonces esas miradas bajan para mirar su propio reflejo en el suelo y darse cuenta de su pequeñez, del agravio comparativo que los deja a la altura de la suela de sus zapatos de goma.
Miras a tu alrededor y, de no ser por esos seres pequeños y grises, estás solo en la calle. La única gota de color la pone la luz de neón de los escaparates, que brilla sobre tu ropa empapada como si fuese un espejo. Siempre que llueve te mojas. Parece una afirmación estúpida, pero tiene una naturaleza más metafísica de lo que puede parecer escuchada a secas. Ahora la escuchas a mojadas y saboreas todo su significado. Y gritas. Quieres que te oigan los edificios, los semáforos, las luces de neón. Y sin embargo, te da igual que los seres grises puedan sentirlas. Sentirlas en sus dos acepciones, porque aunque los seres grises puedan oír, hay que tener color para que lleguen al corazón, un poco de sangre en las venas.
Algo ha llamado tu atención, pero aún está lejos. Es un punto en el horizonte de asfalto. Un punto que brilla por su luz y por su color. Poco a poco se va acercando y tú también caminas hacia él. Una figura humana se va haciendo más nítida a cada paso que das y, poco a poco, descubres sus formas sinuosas, su pelo enmarañado y tan pegado a su cara como el tuyo y sus ojos, que no se apartan de los tuyos. Un paso. Os reconocéis. No os habiáis visto nunca pero da la sensación de que vuestros colores han estado siempre juntos. Da igual que ella no sepa tu nombre ni tú el suyo porque vuestras vidas se han cruzado a menudo. En tus sueños. Sin tiempo para parar vuestros pasos os fundís en un beso inevitable que llena vuestras lenguas de sentido, que inunda la calle de color en medio del mar gris. Sentís en vuestras nucas la mirada de los espectadores, de las sombras grises acechando así que, sin hablar, ambos volvéis la cabeza para clavar sus ojos espías en el suelo, para demostrarles lo vacía que es su descolorida vida.
En ese momento el cielo os da una tregua y rasga una nube lo justo para que al otro lado de la esfera celeste se dibuje un arco iris. Ahora sí que estáis solos porque las sombras se han volatilizado como vampiros con la luz del sol y todo a vuestro alrededor vuelve a tomar color, y vuelve el ruido del tráfico. "Es curioso, pero esto ya lo he vivido", piensas, mientras lees en sus ojos la misma afirmación.